Cuatro representantes significativos de nuestra cultura.
Federico González Suárez.
Nació en Quito en 1844. Inició su educación en escuelas confesionales gratuitas
y continuó la secundaria en goce de una
beca de la Compañía de Jesús. Se especializó en Literatura. Religioso, inicialmente
jesuita, renunció a su orden para ayudar
económicamente a su madre. En Cuenca
encontró el apoyo necesario para continuar en su vocación. Allí se relacionó con
literatos e incursionó en la poesía. Escribió
para periódicos y pronto se destacó como
un hombre culto y de buena oratoria.
Se pronunció sobre temas de su actualidad: las libertades de conciencia y de
prensa, la tolerancia de cultos y aclaró
los principios católicos en relación con la
educación, el matrimonio y la familia y el
ejercicio de la política. Escribió como un
convencido religioso y como autoridad de
la Iglesia ecuatoriana, con firmeza y seguridad, pero con amplitud de criterio.
En 1868, se publicó su primera obra arqueológica sobre los cañaris, lo que le causó
problemas económicos y el calificativo de
«ocioso», por preocuparse de cosas de indios. Hoy es una rara joya bibliográfica nacional, el más antiguo estudio arqueológico del país.
La historia se tornó su especialidad, y, en
el viaje que lo llevó por las Antillas, Francia,
Suiza, Italia y España, estudió los archivos
coloniales de este último país, base de
la fundamental obra Historia general del
Ecuador. Formó a eminentes historiadores y
una nueva generación de sacerdotes más
a tono con la realidad de la época. Sirvió
de puente y evitó el abismo entre dos mundos: el siglo
XIX, cerrado y tradicional; y el siglo XX, que
inauguró con su influyente personalidad
de sabio y sacerdote.
Marieta de Veintemilla.
Nació en altamar en 1858, mientras sus padres
viajaban de Callao a Guayaquil. Huérfana
temprana de sus dos padres, se educó en el
Colegio de los Sagrados Corazones, gracias
a una beca otorgada por el presidente García Moreno. Cuando su tío, el general Ignacio de Veintemilla, fue proclamado dictador,
Marieta ejerció como primera dama, pues su
tío era soltero. Los salones del Palacio se convirtieron en un centro de tertulias en las que
se tocaba música y se leían las producciones
literarias de los intelectuales quiteños.
Auspició la construcción del Teatro Sucre
para tener sitios de distracción fuera del
hogar. Mientras su tío estaba en Guayaquil,
Marieta se vio obligada a tomar el mando
del gobierno en 1881. En marzo de 1882, valiente y arrojada, sofocó la insubordinación
del ministro Vernaza pronunciando frases
para elevar el ánimo de la tropa a favor del
general. Asumió de hecho la presidencia y
la jefatura del Ejército mientras su tío se proclamaba dictador en Guayaquil, hasta que
fue vencido por los restauradores. Entonces,
sufrió prisión y fue desterrada a Lima
Su vida de exilio fue modesta, pero muy activa culturalmente. Escribió ensayos para periódicos tanto limeños como del Ecuador, así
como su polémica historia Páginas del Ecuador. Fue criticada por defender el gobierno
de su tío, pero especialmente porque, siendo
mujer, se atrevió a escribir.
Tras el triunfo liberal, regresó a Quito e intentó
vivir de la agricultura en su finca de Pomasqui. Las tertulias que celebraba marcaron
un hito en la ciudad. En esa época escribió,
para los periódicos, ensayos que abogaban
por la educación de las mujeres y el reconocimiento de sus derechos. En 1907, Marieta
dictó una conferencia sobre Psicología moderna en los salones de la Sociedad Jurídico-Literaria, ante un numeroso público. La
participación de una mujer en un evento de
esa índole fue un tema muy novedoso, pues
se creía que el lugar de las mujeres estaba
en el hogar y la iglesia.
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